Qué bien que tu castillo tuviera unos muros tan altos que me
impidieran traspasarlos con cualquier mínima carga.
Qué fácil pintaban la entrada y qué cómoda puede ser, de
manos vacías, la salida.
Tu reino queda intacto, congelado en su época de esplendor.
No hubo manera de dar cuerda a los relojes para que avanzaran hacia horas del
futuro. No soy yo la relojera capaz, al parecer.
Y mis relojes, a su ritmo, en algún momento llegarán a
la siguiente hora.
Salgo del reino de Nunca Jamás con mi reloj en el
pecho y el peso de lo que no tengo que llevarme, porque no había sitio para
incluir nada nuevo entre tan bien montada mansión del Bien Vivir.
Soy capaz de hacer cada vez maletas más pequeñas. De
esas en las que sólo cabe lo que vas a necesitar al día siguiente. He
aprendido. Porque sé lo difícil que es recoger todo cuando todo se acaba. Moverse
con lo puesto, es más cómodo.
Con mochila, y a lo loco. |